Tomo este post de mis notas en Facebook, incluso con los primeros comentarios que ha suscitado. José Zúñiga (1949-2011), un gran poeta, un amigo entrañable.
Conocí a José Zúñiga hace muy poco tiempo, a principios de año, cuando compartimos lectura en Los Diablos Azules, en un recital internacional organizado por Fernando Sánchez Sabido. Casi no hablamos, pero las pocas palabras que compartimos esa noche fueron cariñosas, alegres, casi traviesas, palabras de poetas que prometen leerse mutuamente y conocerse más. No recuerdo si antes o después de ese diálogo (junto a la barra, entre cientos de otros diablitos poéticos) Zúñiga subió al estrado, a leer sus poemas, y a dejarnos a todos el buen sabor de sus versos en los oídos, versos que yo, recostado en la barra, degusté, saboreé, hice míos, para reír y sonreír y aplaudir y asentir como un discípulo feliz de comprobar, de golpe, todo lo que sabe su maestro. Si mal no recuerdo, en uno de los poemas, o en un interludio poético, habló con desparpajo adolescente sobre sus 59 años. Y todo cuanto hizo José Zúñiga aquella noche (hasta la agilidad con que salió a fumar, o a beber, o a reír simplemente, junto a su también joven y vital esposa) todo cuanto hizo, repito, estaba rodeado de una tranquilidad, de una vitalidad y a la vez de una urgencia que nos sobrepasaba a todos. Es cierto, dije para mis adentros, que a los grandes poetas se les olfetea, se les reconoce en el andar, en el reír, hasta en la manera de tomar el micrófono. Y Pepe Zúñiga, esa nuestra única noche de bohemia poética, demostró una grandeza sin adjetivos. Luego lo vi-leí-sentí protagonista del "2011: Año del Endecasílabo", ese grupo que se me ocurrió crear en Facebook para beneplácito de los que creemos en la poesía sin apellidos, y donde casi todas las semanas el bueno de Zúñiga nos daba una lección de técnica y oficio, de andares quevescos y fertilidad creativa, sin pose alguna, pero, como bien dijo un día Enrique Gracia Trinidad, "dignificando el grupo". Fueron estos los dos únicos espacios en los que conocí y compartí con Pepe Zúñiga, en el que disfruté su compañía. Y ahora, sin más, sin tiempo para otras copas, o unos tercetos más, o un desparpajo mutuo, ahora se va, tan joven, tan sin prepararnos. Adiós a Zúñiga. Con esa triste nueva entré hoy en Facebbok y bastaron dos líneas con su nombre y sus verbos conjugados mal (en ayer) para borrar de golpe mis alegrías del día precedente, mi satisfecha pose de sobreviviente. Fue un campanazo de la Nada, otra vez, para que maticemos y calibremos todo cuanto hacemos, para que no olvidemos que tras cada alegría, junto a ella, por debajo o encima, hay un dolor, casi siempre mayor que el jolgorio de turno. Y uno se queda así, de pronto, con un amigo menos, un compañero de parranda menos, y un recital a medias, y un elogio interruptus. Y nos da rabia entonces no haber aprovechado más el rato aquel en Los Diablos Azules, no haberle exprimido más las ganas de conversación, no haberlo obligado a leer más, o los mismos poemas varias veces, o simplemente no haber agarrado de la mano, como niños buenos, al buenazo de Pepe, un ser humano tan buen poeta que fue dos veces bueno, para que ahora no se nos quedase esta cara de no sé qué hacer, qué decir, qué escribirle, y tener que recurrir a dos poemas que no eran para él, porque no le tocaban, pero que se los dedico desde la inmensa admiración que profeso a los grandes poetas, a esos que se les olfatea hasta sin leer, y que una vez descubierto su aroma, ya no se puede prescindir de ellos. Como Vallejo. Como Borges. Como Zúñiga. Poetas jóvenes que están llenos de viudas y que tienen una edad indescifrable. Desde aquí los invito, entonces, a quienes lo olfatearon, y a quienes no, a quienes lo leyeron y a quienes nunca lo han leído, a que calculemos a partir de hoy la edad real de Pepe Zúñiga, ese joven travieso cuya última maldad ha sido el esconderse para siempre. Calculemos su edad con la infalible fórmula de mi último poema.
vallejo (1938); borges (1986);
l a muerte es una vida vivida
la vida es una muerte que viene
jorge luis borges
siempre son jóvenes los poetas muertos
en plena adolescencia murió borges
y en plena adolescencia acaba de morir césar vallejo
jovencísimos ambos cadáveres
posaron para la prensa disfrazados de tiempo
permitieron esquelas y reseñas
más o menos hipócritas
consintieron incluso tener viudas
desfilamos ante sus féretros
el resto de poetas vivos viejísimos todos
algunos quemando un poema
como un cirio otros leyendo un cirio
como si fuera el último epigrama
de los dos cadáveres
nadie sabe explicar por qué mueren
tan jóvenes los buenos poetas
es un misterio dicen;
es una maldición un castigo divino
la única forma de equilibrar el universo
sobre poetas y almanaques
la edad real de los poetas se calcula
sumando todos los versos que han escrito
multiplicándolos por los que han leído
y finalmente dividiéndolos
por su edad biológica
de ahí la fatuidad de los relojes
los almanaques la canicie
y las dificultades de los biógrafos
la consternación de los lectores
el desespero de las viudas
(atención feministas
el cónyuge de toda poetisa
muerta ésta se convierte en su viuda;
lo contrario sería de un sexismo doloso;
ted hughes fue la viuda de sylvia plath;
lucas ibarbourou fue la viuda de juana ibarbourou;
bioy casares fue la viuda de silvina ocampo;
dios es la viuda de santa teresa)
la edad real de los poetas
se calcula leyéndolos
(Tomados de mi libro Amenaza de pandemia)

CÉSAR VALLEJO

JORGE LUIS BORGES

JOSÉ ZÚÑIGA

Fernando Sabido Sánchez un abrazo hermano alexis, grandes palabras y versos
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